La imagen de nuestro Cristo posee una característica poco representada en los crucificados y es la inexistencia de corona de espinas en su representación iconográfica. De hecho, esta característica es reconocida como peculiaridad y no pasa desapercibida cuando una persona se acerca a El por primera vez y guía la mirada hacia su rostro.
No siempre se ha representado de esta forma e incluso ha procesionado con corona de espinas plateada, más bien por gusto de la junta de gobierno de turno que por representar el momento que representa la hermandad.
No debemos olvidar que la titular de la hermandad representa la soledad de la Madre ante la muerte de su Hijo e incluso llegó a representar ese cargo en la procesión oficial del Santo Entierro. La Virgen igualmente difiere el Viernes Santo con respecto a las Advocaciones de la Virgen de los Dolores. Se suele representar a las dolorosas con esta advocación con el corazón traspasado por siete puñales, alegóricos a los siete dolores de María, pero en el caso de Nuestra Señora de los Dolores de Córdoba su corazón será atravesado el Viernes Santo sólo por uno. El séptimo dolor, Jesús es colocado en el Sepulcro, es el último que le queda a la Virgen por padecer en la pasión y muerte de su Hijo.
Jesús ha sido despojado de la corona de espinas y se procede a descenderlo de la cruz, su madre observa callada, en soledad y abatida viendo como los varones proceden a desenclavar al Hijo para entregarle el cuerpo.
En la mano un pañuelo para secar sus lágrimas y sobre el, la corona de espinas del Santísimo Cristo de la Clemencia.
Rafa López
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