¿Cuánto tiempo hace que la Virgen de los Dolores es fortaleza de una ciudad casi perdida?
¿CUÁNTO tiempo hace que Nuestra Señora de los Dolores, además de «Madre bendita para los que suben la cuesta en la congoja de su amargura», de Madre de la compasión para quienes la olvidan, de «pañuelo de los incurables», de «Virgen de los solitarios» y de todos los atributos de belleza que le ciñó Pablo García Baena en la exuberancia espiritual de esa letanía que se debería leer tras cada rezo de la corona dolorosa o del rosario, es también refugio del tiempo que se pasó? ¿Desde hace cuántos años es bastión de una ciudad casi perdida que quiso dejar de ser como Ella, fortaleza contra la vulgaridad complaciente de unos años que quisieron arrasar con todo?
Hay quien conoció otra Córdoba y la echa de menos todos los días, y cada cierto tiempo tiene que asomarse a rincones que resisten indómitos al signo de los tiempos, a las mareas que aguantaron las acometidas del ruido y la moda, porque no fue la primera batalla que ganaron. Hay quienes tuvieron otra edad y nunca la vieron, y debieron conformarse con aquello que les contaron los mayores, con la ciudad que rezaba en la tenue intimidad de los templos, en las estampas y azulejos de los patios, pero también, y siempre en tono bajo y comportamiento sobrio, cuando las imágenes estaban en las calles, sin tópicos ni sobreactuaciones. Para decir que nada está perdido, para contar que la esencia de Córdoba no se ha secado, para testimoniar que todavía hay quien comprendió que lo eterno depende de su diligencia, salió a la calle, en un mayo que es mucho más suyo que de las fiestas descascarilladas y alienantes de estos años, la Virgen de los Dolores, y por eso buscó la penumbra mística y fecunda de los conventos, atravesó calles recónditas donde más que nunca lucía la proporción íntima de su majestad.
Para tomar posesión del trono en que la pusieron los siglos está en la Catedral, porque si aquella es la Iglesia mayor justo es que reine desde allí como Madre quien tantas oraciones escuchó y tantas súplicas va acumulando en un corazón mucho más cargado de esperanzas que de espadas, aunque siempre se vean más. Para proclamar que nada está prescrito se le espera en la calle el sábado, y aunque no saldrá en una radiante mañana camino de llenar un espacio enorme con su presencia, volverá a su forma el día glorioso, con la gracia del Espíritu Santo en la saya y el azul en el manto, en que una corona encarnó en plata y piedras preciosas la callada ofrenda de las avemarías, el ángelus de la ausencia pensado siempre con su palidez, las estampas que velan en los hospitales el horizonte de recuperación de los convalecientes, las fotografías del conductor que aprendió que el mejor destino siempre es la vuelta a casa, la visita esperanzada cuando la primavera rompe en el viernes que lleva su nombre, la petición sincera que se entrega con discreción simbólica en la mano derecha que tiene dispuesta siempre hacia el pueblo, la alegría de los niños encomendados a su protección, el piropo sincero que nunca sale de la boca en la quietud del Viernes Santo, la mirada devota al pasar por el azulejo azul de la buganvilla.
Inmune a los años y sin embargo atenta a lo que necesitan cada día los suyos, eterna en las joyas del rostrillo y en los ojos caídos y consoladores, barroca y romántica en el luto y la estampa, desvalida de tanto ayudar, apenas reprocha que alguna vez se haya pensado que Córdoba se había desvirtuado sin remedio si todavía quedaba Ella.
Luis Miranda - Abc Córdoba - enlace a noticia
Un analisis lleno de profundidad y objetividad...y exquisita belleza literaria
ResponderEliminar